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Veréis. En casa o bien no hay una gota de alcohol, o bien el que pudiese haber está escondido. Mi mujer esconde el alcohol. Para que yo no lo beba. Comprendo que lo haga, aunque no deje de ser una auténtica estupudez. Yo no necesito el alcohol que pueda haber en casa para beber. Puedo ir a beber a cualquier sitio. Sobran lugares donde beber.

Pero el hecho de que se me esconda el alcohol resulta un incentivo para mí. Cuando me quedo solo en casa, cacheo primero los lugares comunes donde pueden estar las botellas. Si no están ahí, entonces entablo un juego conmigo mismo, un juego de deducción, de análisis. ¿Dónde pueden estar escondidas las botellas? ¿Dónde? Me siento y pienso. Reflexiono. Comienzo a visualizar todos los espacios de la casa. Todos, sin dejar uno. Luego voy comprobándolos uno por uno. Primero los más evidentes. Si no aparece nada, continúo por los más inverosímiles. Juego con ventaja. Mi mujer tiene mucha menos imaginación que yo. Ya veréis como sí.